Suena a historia del siglo XVII, y me trae el olor al mentholatum aplicado por una viejecita a un niño asustado ( no sé por qué, mas sí a un niño asustado) :
Amores idos. ¿Yo dije eso?
Niet o mejor dicho sí, lo dije.
De alguna manera me río, riéndome de mí misma. De mi otredad afincada en lo que ya no existe. Un oximoron vivencial. Una torcedura de cuello, lo que le llaman torticulis, por el efecto de una tontería, o por el salto al vacío y al fondo el mate con una mosca dentro, la pintura roja fresca en un pedazo de pared, porque sí, porque la ridiculez se mezcla con algo rancio y distante, o con algo que duele y mucho. O que ya no es siquiera una pluma volando en la habitación. Una pluma de pájaro, una señal guardada, un signo inutil.
No hay amores idos. Hay borrasca, frío, noches musicales sí, vaguedad y cierta belleza que da vueltas en la mente chocando con las cosas simples de cada día.