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19.4.07

¿Yo dije eso?

Suena a historia del siglo XVII, y me trae el olor al mentholatum aplicado por una viejecita a un niño asustado ( no sé por qué, mas sí a un niño asustado) :

Amores idos. ¿Yo dije eso?

Niet o mejor dicho sí, lo dije.

De alguna manera me río, riéndome de mí misma. De mi otredad afincada en lo que ya no existe. Un oximoron vivencial. Una torcedura de cuello, lo que le llaman torticulis, por el efecto de una tontería, o por el salto al vacío y al fondo el mate con una mosca dentro, la pintura roja fresca en un pedazo de pared, porque sí, porque la ridiculez se mezcla con algo rancio y distante, o con algo que duele y mucho. O que ya no es siquiera una pluma volando en la habitación. Una pluma de pájaro, una señal guardada, un signo inutil.

No hay amores idos. Hay borrasca, frío, noches musicales sí, vaguedad y cierta belleza que da vueltas en la mente chocando con las cosas simples de cada día.

Es Duro Estar Sin ...

Es Duro Estar Sin ...

18.4.07

Soundtracks de otros tiempos

Cuando escucho versiones de temas que en su momento causaron furor, tienen que traspasarme el recuerdo en un preciso tajo. A veces son canciones que se aprendieron en excursiones, y que se quedaron marcadas con el fuego de esa emoción teñida de un deja vú, una rítmica tonada de amor ido.

Supe que Leonardo Favio, un cantautor de los setentas, filmó películas. Algún día veré una de ellas, para conocerle en ese terreno; entretanto me quedan sus canciones, que un rocker que se precie sabe y mastica en noches de ciudad movida, con tortuosas o jubilosas miradas de extremo a extremo. Un zigzagueante reguero de emociones, algo que te saca de tu lugar y te hace un poco más claro en medio de una oscuridad natural.

Es raro, si se piensa en mates, declaraciones al pie de un poste, en plena calle, o en un patio de universidad, en un parque, o en un mirador con magnífica vista al mar. O en un asiento con los forros garabateados por los escolares y los enamorados. En un bus donde las transpiraciones y el deseo se sienten en el aire, las paradas, el viento que entra por las ventanas y el pase del cobrador cansado. Las horas en vaivén como en un gran escenario móvil. Bah, tanta soledad y desatinos.

Así que plam plam, esta voz me llevó a otro territorio, como si el poema de la ciudad nocturna, fuera la canción, la voz del cantante, sus ojos entornados, toda la vida en unos minutos. Y el horror lejos de nosotros, allá donde no estaremos o eso es lo que queremos sin saber si mañana alguien disparará a quemarropa sobre unos chicos que resuelven ecuaciones y leen algún poema de Withman para estar frescos y sanos.

Así que como no se sabe qué te deparará el mañana, el no destino y la lírica loca loca o el desgano, escuchar a Corcobado, te quema la mirada y después todo se pierde por esos laberintos de la imaginación: el sueño, otra vez aparece. Y no hay nadie que nos acompañe.

Sólo quedan huellas, susurros, gritos, besos, nucas fragantes, cansancio, sexo ardoroso, decepciones, extrañamientos y noches musicales. Sí , eso es lo esencial: la música copando el cuerpo, todo el cuerpo.