El ángel que cayó en el desierto

.... -el viento era fuerte, el sol nos abrasaba y parecíamos dos chicharrones humanos-, así que pidió disculpas y se fue.
Ilustración: Moebius.

Fue demasiado extraño, lo vimos de día en aquel desierto. Habíamos estacionado nuestro auto chatarra -dándole el remate final en ese tramo- y a tu invocación el ángel apareció diciendo un idioma desconocido. Se había equivocado al venir exhausto y solamente se dio cuenta de su error cuando se fijó bien en nuestras caras, en nuestro tormento -el viento era fuerte, el sol nos abrasaba y parecíamos dos chicharrones humanos-, así que pidió disculpas y se fue. Todo pasó locamente. Ni siquiera estábamos asombrados. Aquel sol nos quitaba el alucine esperanzado, estábamos pesados, desganados y el ángel nos pareció, al fin de cuentas, un espejismo.
En la noche, detuvimos el auto, nos sacamos las chalinas, bebimos ese licor chino que tú decías, era la gloria. Un licor exótico que solo bebí por acompañarte, por no ver tu ceño fruncido ni tus manos moviéndose demasiado por esa intranquilidad tuya, o por no recordar la extinción de nuestro amor en ese desierto.
Por no ver un rictus de mi boca en el espejo retrovisor.
Nuestro amor era un invento frustrado.
Y la noche se tornó helada y quisimos ver a alguien que pasara por el desierto, a alguien que decidiera dormir allí cerca, en aquel hotel moribundo...
Y fue más extraño (ahora río), que el ángel cayera casi en tus brazos. Que volviera sin dar alguna señal. Violento y burlón, con las alas quebradizas, con ese aire de niño malo, pese a todo, su caída disipó nuestra soledad.
Ahora río, ahora lloro a gritos.
Algunos años más tarde contaríamos a nuestros nietos, que un ángel cayó en la noche, en ese desierto triste, que casi rompe tus brazos, que no quiso revelarnos dónde estaban nuestros hijos, dónde estaba esa fosa común , dónde nuestras alas, dónde...