A los terremotos les llamaban el odio de Dios

Estábamos en el Coliseo del Polideportivo del Callao. Mi niño esperaba a su adversario. El reloj corría su tiempo. La planilla de la partida de Ajedrez tenía su nombre. Cuando el terremoto comenzó yo estaba sentada escribiendo y no tuve miedo. El terremoto se declaró fuertemente y mi niño se acercó a mí. Hubo gritos. Llegó el pánico y los ajedrecistas y el público salieron del Coliseo.

Vi a Fernando, a Cristhian, a Lucero. Cristhian C pensaba en su madre que está embarazada y que no había venido. El niño estaba acompañado por una empleada que callaba y sonreía levemente.

De pronto ya no los vimos. Un árbitro voceó que Defensa Civil advertía indicios de un maremoto. Fuimos a buscar movilidad. Ningún taxi se detenía a llevar pasajeros.

Cuando subimos al combi, caí de bruces llamando a Cristhian que se soltó de la mano de mi niño por los empujones de la gente. Cristhian le dijo a mi niño que se quedaba. Tomaría otro combi. Era imposible que bajáramos. El combi partió raudo y yo me quedé muy preocupada.

Pensábamos en Doria y sus hermanos, en todos los que queremos y solamente las bromas de varios ajedrecistas que intercambiaban impresiones, atenuaron nuestra inquietud.

Un desastre concentrado en Ica. Muertos, derrumbes. La amenaza del Tsumani nos tuvo alerta en casa. Ver a Doria y a sus hermanos, durmiendo, nos tranquilizó. F, el papá de mi niño indagaba por internet en páginas dedicadas a la geología sobre el peligro del Tsunami. Debían pasar las réplicas del sismo y luego podríamos confiar en que un Tsunami no llegaría a destruir una gran parte de Lima.

Hoy amanecimos más calmados.

Aún no hay certidumbres. Lo que llamaban el odio de Dios es el monstruo que vino...