21.11.05

Psiquis dorada

Esa es la que pretendía yo tener, o sea sacudirme de una posible depresión. Limpiar mi mente, hablar.

La gente desea hablar y hablar.
Y cuando no hay 'amor', hay hosquedad. Es mejor la soledad, sí, mas que no te quiten esa ascensión que es abrazar a alguien que te quiere de verdad. ¿pura palabrería? . No creo. Aquí caería bien un motorsierra sonando para cortar de tajo los pensamientos malévolos en torno a esta desnudez que expongo.
Qué dulce ¿no?.

Plaf, basta.

Tenía lista mi cita médica. En ese tiempo iba a un Hospital Y ya se sabe que los hospitales son como antros de la angustia pintada de blanca, con olor a desinfectante. Deprimente.
Es decir iba a una consulta para hablar sobre mi posible depresión y entraba a la depresión misma con paredes y todo.

A hacer la cola. La cola, esa hilera que se parece a una pequeña tortura cuando dura demasiado. Ocupé un asiento blanco de plástico, saqué los poemas de Blake, mas era tal la fuerza de una mirada que se posoba en mí, que no pude leer. Quien me lanzaba su fuego ocular era un muchacho gordito que estaba a varias sillas de distancia, casi en una esquina. Su mirada era la de alguien que mira escudriñando demencialmente al otro, o sea a mí. La gente, estaba en su propia nota, no hacían caso de lo evidente. Cada uno con su gran pena, su abismo. Ni una sonrisa devuelta.

Me sentí invadida.

El chico se paró, dejó su cola y se aproximó unos metros. Su mirada seguía sobre mí. La recepcionista era la única que parecía fuera de cuadro, ajena a las miradas del gordito - yo prefería suavizar la cosa, llamándole 'gordito'-, pintándose las uñas y hojeando una revista con los dedos ya pintados.

Los 'pacientes' entraban y por cada consulta, quince minutos transcurrían. 15 ó 20 largos minutos, mientras que el gordito se acercaba más y más a mí. Hasta que llegó a mi lado, miró mis orejas: parece que le gustaban mis aretes de lapizlázuli y creí que me los arrancaría. A estas alturas la recepcionista había salido, yo me sentía fatal y el gordito estaba prácticamente encima de mí.

La recepcionista irrumpió y dijo mi nombre: yo debía pasar al consultorio. El gordito me miró como se mira a alguien soRprendente. Aún recuerdo que esa última mirada era la de un inocente trastornado, a punto de decir algo, mientras yo entraba al consultorio.
La doctora había entrado muy rápidamente cuando el gordito la tapó con su ovalada figura y apenas vi pasar un cuerpo presuroso con mandil, blanco como esas paredes de hospital.
En esos instantes, no sabía qué fue peor, si ver al gordito aproximándose a mí o la Doctora despeinada y con una expresión desolada. Nos saludamos. Me preguntó por qué estaba allí y sus vidriosa mirada parecía guardar contenidas lágrimas. Le conté que tenía un niño que recién salía de su condición de bebé. Y miré sus manos crispadas. Escuchando su cansina voz oí la mía por contraste, era vital.

Me inquieté.

- ¿Se siente bien doctora?

Ella agrandó los ojos y dijo que sí.

Me acerqué al surtidor y llené un vasito de agua destilada. Se lo ofrecí y ella se lo tomó rápidamente.

- Gracias, dijo mirándome como si yo estuviese en el extremo de un desierto y ella al otro, saciando su sed. Había en medio de nosotras, arena, un sol cargante y distancia, mucha distancia. Sin embargo, el agua le había refrescado y podía acercarse a mí.

Sólo que yo decidí irme.

- Doctora debe cuidarse y peinarse un poco más. Que tenga un buen día.
Debido al momento, no esperé oír su respuesta. Abrí la blanca puerta. Vi al chico gordito parado mirando la pared, y no volví más.


Para Noemí, tan diferente a aquella doctora.

11 comentarios:

XIGGIX dijo...

Q chevere tu post realmente, muy vivido, como lo acentues; sobrecoge lo q se puede interpretar sobre lo q viste reflejado en la mirada de la doctora...

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no hay nada q agradecer, por el contrario, aprecio lo q escribes...

Anónimo dijo...

Vaya panorama de consulta, entre el gordito y la despeinada. Simpre he pensado en que la eficacia de esos médicos está en la confianza que tengas en ellos. Por eso nunca los visito.
Un beso, Vir.

Anónimo dijo...

qué flipe... ha habido un momento en que no quería salir de tu relato...
Ey, esto me ha gustado mucho, no tardo en volver.
Beso.

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Iggix, es que gardezco des tu tiempo a la lectura de mis posts y los aprecies.

Apreciar, creo, es que los valores, aunque no necesariamnente creas que son maravillosos o algo parecido. El solo hecho que los leas, y que te des un tiempo para ir al Bar Quimera, me alegra. Y por eso, grax y grax.

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Así es mi querido Hormigo. Lo que he contado es absolutamente verídico.
Cualquier coincidencia con otras realidades -leáse otros 'pacientes' que vivan similares sucesos- es natural :-)

Chao Hormigo.

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Sabelilla, eh grax. Vi tu bitácora y me gustan sus colores y ya voy a leer tus posts... :-)


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Noemí, de hecho así te veo, bienaventurada amiga :-)

Eleafar Cananita dijo...

jaaaa me has hecho reir al final y me has agarrado frío. Has visto esos platillos orientales que tiene una cosita dulce, otra salada, otra amarga y así, se va girando la mesa? bueno, la idea va por alli junto al sabor.

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Cananeo, de hecho, me aclaras la visión y la ércepción con tus comentarios.
Grax ♫

Eleafar Cananita dijo...

mmm de verdad?

Rain (Virginia M.T.) dijo...

:-) Sí.

Eleafar Cananita dijo...

jaja :)

Anónimo dijo...

Hum a mí me parece un poco terrible, ver que supuestamente la persona que iba a ayudar a aclarar el panorama, esté indispuesta de esa manera, pero sí, le faltó profesionalismo.
....Y no volviste?

Comparto tu opiníón tal caul, acerca de los hospitales, son una tortura china!

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Nunca más volví ni volveré...


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Las clínicas no son paraísos, mas por lo menos,m atienden más pronto y la ambientación usa colores. Por ejm, cuando llevo por a ó b a mi niño a la Clínica, tieen su salón, sus globos, hay té...es diferente...

Ay d elos que no pueden pagar...