Frances Farmer, saltó de la fotografía

Porque quiso subir a aquel faro, mojarse los pies, llamar a Iván, decirle que en el otro lado, en esa oscuridad plegada de escenas reiteradas, en el ecrán oculto, ella reía y soñaba caminar por el puente de Luxemburgo.

Frances esplendorosa, otra vez, sin camisa de fuerza, sin electroschok. Con sus diamantados ojos y su inteligencia rebelde, saltó. Le di una pañoleta rosada que en su cuello al flamear con el viento, le daba un aire evanescente, quizás la señal de su belleza en esta madrugada, en medio de pastelillos, una canción japonesa sonando, un aroma en el ambiente, un aroma que no reconozco, y que tal vez es el olor de los que vienen del otro lado, de aquel oculto ecrán.
Y está descalza, no tiene frío, sus cabellos se mueven, su vibrante alegría se parece a un jardín iluminado de noche, a todas las muchachas hermosas que existen: a todo lo insondable que se pierde en la noche...
Frances Farmer y su audacia, la locura, la persecusión, luz de cámara para la muerte, esa perversa maquinaria con su gran flor artificial. La veo. Si Iván estuviera aquí, el instante sería perfecto, el abrazo, una mirada directa a los ojos en la breve fiesta, en la celebración y luego el adiós.
Sienpre hay un adiós.
Y no olvidaríamos , aunque el tiempo queme toda belleza, que Frances Farmer, de la fotografía, saltó.
*Ilustración: Cartel de cine polaco.